martes, diciembre 26, 2006

James Brown - 1933-2006.


Me enteré sobre la muerte de James Brown al despertar ayer Lunes. Como es costumbre en cada Navidad, uno no se despierta temprano para ver las noticias ni meterse a sitios web e informarse de lo que está ocurriendo. Mal que mal, es feriado que sigue a una noche de recogimiento familiar y wenos deseos. Por eso, no deja de sorprender el enterarse del fallecimiento del rey del Funk, el padre del Funk, el exponente máximo de lo que es el ritmo negro, el ritual de juerga, eso que está a medio camino entre el blues y el rocanrol, como dejando el espacio para moverse con el espíritu sumamente cargado.

El funk, que tiene tanto espíritu y tanta vida, fue el que sacó (aunque no totalmente) a James Brown de su pasado cargado de desgracias, aprendizaje forzoso, calle desde niño y una eterna falta de adaptación con la “sociedad” y lo “correcto”. James Brown tenía, en vida obviamente, un prontuario no pequeño, que incluía asaltos a mano armada, violencia y delitos varios. Nacido en una familia pobre, desde pequeño tuvo que vérselas con la calle, con lo más peligroso, con lo más turbio. Por eso, resulta casi un cuento de hadas el que haya llegado tan lejos con su música y con su estampa. Un carisma que casi ningún entretenedor (James Brown era, sin lugar a dudas, un ENTRETENEDOR) ha tenido. Uno que dejó este mundo a los 73 años.

James Brown, sin dudas, era un ENTERTENEDOR. Cuando se está arriba del escenario, no basta con tocar ni cantar bonito. Hay que dejar las vísceras arriba de la tarima, hay que entregar la vida, como si fuese la última vez que se respira. ¿Qué importa el sonar perfecto? ¿Qué importa el que se te escapen un par de notas? ¿Qué importa eso, si eres incapaz de comunicar emociones al nivel de hacer comunidad con los que te ven? En un mundo en el que se prefiere la pulcritud y la perfección a la hora de tocar en vivo, nos estamos olvidando del verdadero sentido que tiene un show: entretener, hacer comunidad y lograr grados de identificación. El ser ENTRETENEDOR, como lo fue James Brown durante toda su vida.

James Brown personifica como nadie el sueño americano: el llegar a la cima desde muy abajo, casi desde el suelo. Se forjó a punta de trabajo, presentaciones y giras. Brown dio la vuelta al mundo mostrando su increíble show (si lo recuerdan, acá tuvimos la oportunidad de verlo 2 ocasiones, una en Santiago y la otra, la última, en Viña del Mar). Para muestra, un botón: Live At the Apollo Vol 1 es uno de esos discos en vivo esenciales de la historia de la música popular. En él, podemos encontrar todos los sonidos y la prestancia vocal de James Brown. Para verlo, hay bastante material de archivo, de todas las épocas, que dan cuenta de su habilidad única para moverse sobre un escenario. Mi número favorito es el que hacía en Please Please Please, donde parecía quebrarse, lo levantaban, y volvía raudo al micrófono para gritar desenfadadamente. Un lujo que muchos pudieron disfrutar en todos estos años de presentaciones en vivo.

Y se fue en Navidad. Un Lunes 25 de diciembre de 2006, a la 1:45 am, casi comenzando el día, en el primer par de horas. Falleció víctima de una neumonía que le precipitó un fallo cardíaco. Nada fuera de lo normal. Ni abuso de drogas, ni sobreingesta de alcohol. No fue un confuso incidente, ni un homicidio callejero. Simplemente, una baja a la salud que cualquier persona está propensa a tener, sobretodo si se está llegando a una edad considerable. En la muerte de James Brown no hay nada oculto, ni siniestro. Fue lo más normal del mundo en un tipo del que nunca pensábamos que tenía su fin tan cerca.

James Brown le enseñó a cantar, a bailar, a actuar y a sentir a generaciones completas. Mick Jagger, David Bowie y Michael Jackson, entre muchísimos otros, pasaron por la academia funk de James Brown. El mundo del Hip Hop siempre le rinde homenaje al usar sus pistas sampleadas. Su influencia es enorme, tan grande como su leyenda y su bitácora por el orbe. Es que no podía ser menos con James Brown. Con él, todo era grande. Todo era celebración. Todo era un ritual. Todo era fiesta.

De seguro está ahora en el olimpo, en el “cielo funk”, como lo dijeron los Chancho En piedra hace bastante tiempo atrás. Allá, haciendo bailar a los compañeros caídos y a los que los estaban esperando. ¿O estará en otro lado? Recordemos que James Brown no era un hijo modelo, sino que uno formado en la vida dura. Quizás llegó a recibir honores, como los que le dio el gobierno de su país, por su servicio comunitario (muchas veces cantó para las tropas norteamericanas en combate). Tal vez no quiso recibir ningún honor y los mandó a todos al diablo, no sin antes dejar la cagá. ¿Quién sabe?

Lo único que sabemos es que el Padre del Funk nos dejó un extenso legado. Muchos discos, muchas instantáneas, no pocos recuerdos. Un trabajador de la música, un músico criado “a la antigua”, luchando para ganarse al público, dejando todo de sí en cada presentación, como si fuese la última. Cantó hasta que la muerte lo llamó para ir al más allá. Murió con las botas puestas, con conciertos pendientes aún.

Ya vendrán los sentidos homenajes, los conciertos tributos y un sinnúmero de medallas, placas, calles, monumentos y estampillas de correo que recordarán el nombre y la figura de James Brown. Los tuvo en vida y de seguro tendrá más en los meses venideros.

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