domingo, noviembre 26, 2006

A Clockwork Orange.


Por lo primero que me enteré de A Clockwork Orange (La Naranja Mecánica, como la hemos conocido legendariamente por estos lados de habla hispana), del "late great" Stanley Kubrick, fue al ver el afiche en alguna tienda del Eurocentro, siendo yo muy niño. No cachaba nada, ni siquiera la arrendé en mi temprana adolescencia. Fue recién teniendo 17 años, y en Cuarto Medio en el Instituto Nacional, que la vi. Y fue precisamente en el colegio, en el ramo de Castellano. A Iván Peña, el profe, un ex alumno y fanático del rock, que también las oficiaba (no sé si seguirá haciéndolo) como vocalista de una banda de covers de Judas Priest, le gustaba sacarnos de la rutina del programa para mostrarnos clásicos de los 70 y más de algún wenísimo documental.


¿Qué puedo escribir sobre A Clockwork Orange que no se haya escrito antes? Fácilmente, es una de las películas más rupturistas de toda la historia. Aún hoy, a 35 años de su estreno, sigue siendo de vanguardia y de avanzada. Aún hoy, A Clockwork Orange mantiene ese toque fresco del riesgo, pero tocando tópicos que han estado presentes desde el comienzo de la humanidad: la moral, el cambio, las vueltas de la vida y lo que podríamos considerar como "justicia divina" o el llamado "karma". Todas esas cosas, más la libertad de pensamiento (el único lugar en el cual podríamos ser realmente "libres", como nos va mostrando la película), son tópicos que nunca dejarán de estar presentes.

La ultra violencia que profesa y practica con vigor el joven Alexander De Large (Malcolm McDowell, en el que fue por lejos el mejor rol en su aún activa carrera), es la misma violencia que vemos en cualquier esquina de cualquier barrio, a determinadas horas y en no tan pocos momentos. Su mirada insolente de la primerísima toma de la película nos muestra al tipo que no tiene absolutamente nada que perder, y que actúa como si no nada tuviese consecuencias. Junto a sus "droogos", sale todas las noches a esparcir las enseñanzas de la ultraviolencia, dando palizas de antologías y violando a las mujeres que se les crucen (un dato: el Singing In The Rain torna otro significado si la canta Alex De Large). Después de cada jornada/festín de violencia, llega a su casa a escuchar a su ídolo de todos los tiempos, Ludving Van Beethoven, en su moderno sistema de sonido. De día, recorrerá los lugares de encuentro de cualquier joven de su época, se llevará más de alguna chica a su casa, y se preparará nuevamente para otra jornada de 1-2 ultraviolencia. Obviamente, tiene que llegar un punto en que todo termine, como pasa a diario.


Alex pasa por la conversión forzada, a palos, tal como si fuese un animal en un laboratorio. La redención a la fuerza, la domesticación de los instintos, lo que conocemos como "rehabilitación" y "reinserción en la sociedad". Sin embargo, la llama original, ese instinto animal y denominado como "irracional", no se va de la noche a la mañana. Nos acecha y nos perturba en medio de nuestro nuevo estado de "lucidez". Le pasa a Alex, quien no logra definitivamente esa reinserción. El mundo a su alrededor ha cambiado y, definitivamente, le irá recordando cada cosa que hizo. El karma, como le podríamos decir. Todo se devuelve en la vida de los mortales, no importando lo ultraviolentos y poderosos que sean.

Al menos, esa es la moraleja que deja el libro del cual se basa la película, escrito pro Anthony Burguess, quien utilizó una jerga basada en el ruso, dándole un toque atemporal a su relato. Kubrick lo lleva de manera sublime a la pantalla grande. En amplias tomas y cuidadosos acercamientos, en lúdicos códigos a veces y una realidad que raya en lo descarnado, el genial director logró ilustrar sublimemente el mensaje anti-violencia. A pesar de que aparenta ser una celebración de ésta, Kubrick la condena sobremanera. Prohibió que se estrenara en Inglaterra y exigió que la sacaran de circulación tras enterarse de que varios grupos andaban practicando lo visto en el film. ¿La condición humana de la asimilación? Al final del día, todo es elegido libremente.

A Clockwork Orange es del tipo de películas que no te sueltan nunca, y te acompañan durante toda la vida. Lo que expone siempre está vigente, pues es parte de la esencia del hombre, el único animal capaz de hacer daño a los de su especie. El único animal que destroza su entorno y que alberga algo de maldad en su alma. Esa maldad que le hace invadir todo lo que le rodea, acaparar por deporte, eliminar al más débil y exprimirlo. ¿Maldad? depende de como se le mire.

Un detalle freak: la edición gringa del libro de Burguess, del cual se basó Kubrick para adaptarlo, omite el último capítulo. En él, un Alex habría vuelto a las andanzas de la ultraviolencia, para llegar a un punto en que él mismo, sin que nadie se lo obligue, decida dejarla. Ahí queda claro el concepto de la evolución que Burguess quería darle al relato, más que el de la rehabilitación y reacondicionamiento conductual. Al final, se supone, es uno mismo el que logra cambiar. Sin entrenamiento externo no reeducación de conductas. Sólo la propia voluntad.

Si no la han visto, consígansela. No es del tipo de películas que pasen a cada rato en el cable, pero sí es re fácil conseguírsela por ahí.

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