sábado, octubre 14, 2006

Sobre la lluvia de octubre, la Isla Negra y el Grievous Angel.


Hoy ha llovido mucho. Demasiado para la fecha. ¿No se suponía que en octubre empezaba el calor agradable, ese que te hace salir de casa, caminar por las calles con árboles cada vez más llenos de hojas y flores, cantar silly love songs y estar enamorado? Lo que llaman el "efecto de la primavera", creo. Como que uno sale más cuando el tiempo comienza a mejorar, es algo natural.

Sin embargo, el destino ha querido otra cosa: un "october rain", parafraseando la canción de los Guns N Posers. Hoy llovió a chuzos, como dirían en el campo del cual todos venimos de alguna forma u otra. Ese campo que siempre me trae de vuelta mi vieja guitarra (que recibí como regalo de Julio, un gran amigo de una vida no tan pasada), con la que me ven en la foto de ahora. La foto, por cierto, es del paseo del ombligo del fin de semana pasado. Fuimos en masa a Isla Negra, el pueblo costero donde Neruda fijó residencia y le dio el toque turístico necesario para ser un punto obligado en los viajes de todos nosotros.

Sin embargo, yo pensaba que nunca había estado en Isla Negra. "Tan lejos", pensé yo. Pronto mi madre me corrigió. "Pero Héctor, si fuimos más de una vez cuando eras niño, incluso antes de que llegara tu hermana, casi un bebé. Pasamos a conocer la casa de Neruda incluso". ¿Cómo no me acordaba de eso? Sí me acuerdo que yo leía a muy temprana edad, que comí mucho helado en una ocasión después de una operación donde me extrajeron las amígdalas a los casi 4 años (recuerdo que veía el rostro de mi madre mientras estaba en el pabellón, parece que se quedó cerca mientras me operaban), y que mi hermana, la Mari, era una risueña bebé que le gustaba dar vuelta los frascos de talco y derramarlos por toda la pieza. Lo pasábamos re bien con ella de niños pequeños, jugando siempre. Los tiempos cambian, la gente agarra su propia individualidad, sus propios gustos y sus propios mundos internos, pero el lazo fraterno no se rompe, se va renovando cada cierto tiempo. Me da mucho gusto el hecho de que ahora, en este último tiempo, nos hemos acercado con la Mari por varias circunstancias.

Fue ella la que me recomendó que fuera al paseo del ombligo y que lo pasara bien, que me divirtiera, que aprovechara de descansar y relajarme y de respirar un poco de aire fresco, cosas que no pude hacer del todo bien. Ni bien llego... ¡me enfermo! Pasé toda la noche del Sábado y el Domingo temprano enfermo, con fiebre y demases, un cuadro nada de agradable. Imagínense lo completamente fome que fue acostarse relativamente temprano ese Sábado (día que parecía de constante fiesta, en todo caso), porque me sentía re mal. Menos mal que me recompuse durante el Domingo, pero todo me dejó un sabor amargo. Igual no me impidió pasarlo bien después eso sí.

Toqué mucha guitarra. ¡Dios santo! ¿cuánto habré tocado? Las yemas de mis dedos se pelaron aún más de lo que están, se endurecieron más de lo que las tengo por mi regularidad de guitarra en Fother Muckers. De los Muckers, Simón y yo estábamos allá en Isla Negra. Simón llevó la copia en CD de las grabaciones del disco y me deprimí bastante cuando las escuché esa tarde de Domingo 8. En ese CD (elaborado a la rápida con el fin de entregárselo a nuestro nuevo batero para que se aprendiera las canciones), sólo hay 3 canciones que se pueden considerar casi listas. El resto, sólo crudas. Falta todo el trabajo de mezclas, ecualizaciones, ediciones, cortes, tijeretzos, decisiones editoriales, maniobras, trucos de perillas en post producción, y un largo etcétera de ese oficio que es todo un arte llamado producción de discos. El maestro Alex está en eso y nosotros vamos viendo. ¿?Cómo estará el disco? Sólo tengo fe, mucha fe. En la semana, y tras escuchar el disco con fonos, quedé mucho más tranquilo: las canciones de naturaleza acústica y reposadas están quedando realmente preciosas, y eso que aún falta trabajarlas en mezclas. Es demasiado rico cachar todos los detalles en los instrumentos, el guiño por aquí, el efecto aquel, la nota casi caprichosa a la hora de grabar, pero que da el toque único a la canción.

Despertando el Lunes, antes de venirnos de vuelta a Santiago y a nuestra cotidianeidad, tuve una visión "McCartneyana", o sea, una canción que se me vino a la mente en un sueño y que me dejó los acordes. No era nueva, mucho menos de mi firma. Era una hermosa canción de Gram Parsons llamada Return Of The Grievous Angel. La he estado escuchando con regularidad en estos últimos meses. En verdad, Gram Parsons ha sido todo un redescubrimiento en este período (ya escribí al respecto en agosto, por si alguien recuerda). Bastó una guitarra acústica (una "old guitar", tal como la de Hank Williams o la del viejo Willie Nelson), un cejillo y la visión de ensueño tras dormir brevemente ese Lunes para tener la canción en mi cabeza con una claridad que aún me sorprende. Quisiera cantar esa bella tonada con alguna chica (la voz femenina alta la hace la increíble Emmylou Harris, compinche de Parsons en esos hermosos discos solista del ex Flying Burrito). Ojalá pueda concretarlo pronto.

Gram Parsons - Return Of The Griveous Angel

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Mientras escribo estas líneas, tengo al gato en el regazo, escuchando con gusto a los Stones y al viejo Gram Parsons, el ángel caído que me dictó su canción esa mañana de Lunes. Espero iluminarme igual pronto, es re weno para el alma. Y como para recordar a un ángel dañado como cantó proféticamente Parsons en esas sesiones.

1 comentario:

Carlos Carvacho dijo...

Me siento casi padre de este texto en tu blog...te mencioné la foto y a escribir al toke...jajajaja.
La cagó`pa ser freak esta lluvia. Con decirte que afuera de mi casa un compadre le tiró una botella a un transantiago por haberlo mojado y se armó la media rosca, con pacos y todo incluido.

Fue la raja haberte podido conocer mejor en el paseo, y sobre todo tu aperrada historia.

Saludos y ánimo con el disco nu mas...