sábado, diciembre 15, 2007

Sobre la vieja guitarra, el cielo limpio y otras yerbas.


Seguíamos dando vueltas por esos caminos empinados, aleándonos de la capital y con el rumbo completamente perdido. El interior del auto parecía un verdadero sahumerio con tanto humo de yerba. Es que no hay nada más la raja que empezar a carretear camino al carrete, dicen. Debimos habernos visto demasiado ordenados y relajados como para pasar no una sino que cuatro veces delante de los pacos y que no nos pararan. Si nos hubieran parado en el camino, nos vamos todos en cana.

El camino seguía empinado. “Vamos bien, es por acá cerca”, decía ella, la festejada. Pro el destino final del viaje no se aparecía nuca, o quizás se aparecía y ni nos dábamos cuenta. La camioneta cargada de gente extraña nos tiraba insultos por su inexistente asiento trasero. Demás que esos tipos debieron odiar la situación, todos congelados por el vientecito fresquito de una zona ya libre de smog capitalino. El aire fresco es capaz de quemarte los pulmones si tienes tu organismo lleno de mierda mezclada con humo de cigarro. Pero no de yerba, claro está.

Seguíamos fumando y dándonos vuelta. Y pasamos otra patrulla que paró a unos pobres desafortunados. Ya perdimos el rumbo, no hay nada que hacerle. Sólo queda tomarse un lugar cerca del río, donde se sienta prácticamente al lado; qué prácticamente, si la weá tiene que ser al lado! Sentir el río fuerte pasar ahí, en medio de la nada, es fuerte.

Y me enfrento a mi máximo temor: los lugares abiertos. Eso lo descubrí hace poco tiempo, también gracias a la yerba. Al bajar por ese pequeño camino hacia los restos de un río, con mucha piedra entremedio, sólo quería irme de ahí. Volar a mi casa, de haber sido posible. Pero no pude, y sólo me quedé con la certeza absoluta de que un lugar así, en donde cualquier cosa puede ser posible, me atemorizaba más que la mierda. Y ese mismo temor, aunque bien acompañado, volví a sentir junto a aquel río. Un cielo hermosamente despejado trataba de cobijarme, y yo no podía evitar pensar en irme. Esa extraña sensación de querer quedarme, pero la asfixia de un lugar abierto, invadían mi atribulada cabeza.

Pero para sanarme estaba la guitarra. Esa vieja guitarra que es mía pero no es mía para quedármela, sino que es mía sólo por un rato. La que ha estado dando vueltas años y años, esperando en su estuche imaginario. Ha recorrido la carretera de arriba hacia abajo, y ha traído una lágrima y una sonrisa, casi como si aunque todo salió mal voy a llorar de felicidad. Mientras más la toco, mejor suena, y llora cuando la dejo sola. En silencio, me espera. O quizás a alguien más, qué se yo. La vieja guitarra jamás ha buscado el oro. No la pueden culpar de mis errores, sólo hace lo que se le dice. Esta vieja guitarra, que tengo al lado ahora mismo. Y que estuvo conmigo ahí, al lado del río, cuando el resto de la gente buscaba hacer carpas gigantes sin poder levantarlas aún, y cuando el malvado generador traía lo urbano a ese mundo natural y hermoso, solo para traer civilización inútil.

This old guitar...


Comprendí el porqué de nuestra miseria como especie. Somos destructivos, somos una plaga, una enfermedad. Todo lo que nos rodea, lo destruimos. Lo hacemos trizas, lo descomponemos. No nos basta con la luz de la luna para ver, tenemos que encender una fogata o, peor aún, una ampolleta en medio de la naturaleza. No basta con los ruidos de la vieja guitarra, tenemos que poner música hecha casi con elementos artificiales, con cero madera ahí. “¿Qué te gusta de música?”, me preguntan. “Me gustan las canciones más viejas”, respondo. “¿Tan viejo como los Guns? ¿Cómo el heavy metal?”, me preguntan de nuevo. No sabía qué responder.

Para mí, esas cosas no van. Ni siquiera era prioridad tener plata para ir al concierto de Chris Cornell. Es mejor que miremos al futuro y no nos bañemos en nostalgia. Ojo, no es lo mismo que la reunión de Led Zeppelín el lunes, en Inglaterra. Ni la de Cream en contadas fechas hace dos años. Algo me pasa cone sas reuniones que las miro con otro prisma. Cornell mantendrá la voz, hará un excelente show y todo, pero su tiempo ya pasó. Nuevamente, lamento no haber ido a ver al gran Beck, que le tocó difícil ante un publico de adultos fomes que sólo querían nostalgia policíaca. Igual que los cabrso un poco más viejos que yo, que recordaban el Suprunknown a ojos cerrados, con el carisma de Cornell, pero no es lo mismo. Y nunca lo será.

Nostalgia...


¿Desvarío? Puede ser. Ustedes saben, este humo de incienso me está matando. Y todo para cubrir rastros.

Había más yerba, por supuesto. Perdí la cuenta de cuánto llevábamos fumando, parecía como que el mundo se iba a acabar. Quizás exagero, en todo caso. La vieja guitarra me vuelve a serena. Y me quedo con ella por mucho rato. ¿Me habré pegado? Probablemente. Me pasa eso de que cuando tomo una guitarra, no la suelto. Soy malo pa las fiestas, aunque lo he pasado bien en algunas. Peor con la guitarra en mano es mucho mejor.

“Me iré a recorrer el mundo, a conocerlo por completo”, dice una canción nueva que me encanta tocar. Debe ser de las letras más lindas que haya leído, casi me la sé de memoria. Hasta la podría cantar en alguna reunión solo con la guitarra, pro me encanta cuando estoy acompañado de mis bandmeits tocando. No hay nada en el mundo que supere la sensación de tocar en vivo. Weno, tal vez las mujeres se logren acercar a eso, pero son cosas totalmente distintas. A ellas las adoro, son lo mejor que nos pudo haber pasado. Las respeto y trato de entenderlas. Les dedico caracteres en este espacio. Les dedico canciones. Las escucho con atención. Trato de entenderlas, aunque me demore un siglo en hacerlo.

Ya son las 7 y media, y todos acá al lado del río duermen. Tengo que irme. En la noche tocaremos. Menos mal que pasó un colectivo casi al toque. Al parecer, tengo suerte. Debe ser la vieja guitarra. O la revista. No lo sé todavía. Sólo sé que debo seguir escribiendo y tocando. Escribir y tocar.

2 comentarios:

noesmasqueblabla dijo...

Cómo va el reportaje y la crónica?

Anónimo dijo...

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